lunes, 18 de agosto de 2008

UN RETO DIFERENTE

Era una tibia noche de primavera, tan solo se oía la voz del narrador que inundaba la habitación. Eduardo se encontraba totalmente distraído observando el televisor, ajeno totalmente del bullicio que provenía del primer piso.
Lo que llamaba tanto su atención era un antiguo video de las olimpiadas que repetía un canal de TV, en tanto devoraba un inmenso emparedado de hamburguesa acompañado de un vaso de leche malteada, que su madre hacía rato le había alcanzado, y que por la expresión de su rostro se podría decir, que tanto el programa como el “pequeño” bocadillo, le brindaban un inmenso placer.
Mientras miraba embelezado la habilidad de unos gimnastas soviéticos, alguien irrumpió en el cuarto.
- ¡Vamos Eduardo, la familia pregunta por ti! –
- Diles que enseguida bajo, esto está muy interesante – dijo a la vez que señalaba la TV.
- ¡Bah! te importan más unos cuantos locos saltando que el día de cumpleaños de tu padre – le increpó Miguel, su hermano mayor.
- Tu sabes muy bien que no es así, lo que ocurre es que no soporto esas reuniones de adultos, con sus conversaciones aburridas y chistes que nadie entiende –
Eduardo tenía 12 años de edad, y lo que realmente no toleraba era la mirada y comentarios de lástima de los demás; le parecía oír a su tía Emma diciendo:
- Hola hijito ¿cómo estás? Se te ve mejor ¿cómo están tus piernecitas?
O al tío Pedro recomendándole a su padre:
- La semana pasada conocía a un doctor que podía ayudar mucho en lo de Eduardo.
Todos no hacían más que recordarle que el era un impedido físico y que dependería siempre de algo o de alguien para poder caminar.
- ¡Bueno, como quieras! Si quieres quedarte solo, allá tú.
Eduardo encogió sus hombres en gesto de indiferencia y siguió observando el programa deportivo mientras su hermano cerraba de un golpe la puerta.
De muy pequeño, unos cuantos meses apenas había sido atacado por el virus de la poliomielitis y pues la secuela que tenía de aquella enfermedad le impedía caminar por sus propios medios y debía de hace uso de un par de soportes ortopédicos y un par de muletas además.
Sus padres desde que ocurrió lo de la enfermedad se prodigaron en cuidados que tal vez llegaron a ser excesivos. Él era el menor de cuatro hermanos, Miguel, el mayor, tenía 20 años y muy poca paciencia para comprenderlo, Muriel la segunda, de 18 años, andaba muy ocupada con su cosas como para dedicarle tiempo a la familia y Claudia, la penúltima, de 14 años que era con quien mejor se llevaba, la única que tal vez inconcientemente lo entendía, tal vez por lo cercano de sus edades o porque los niños ven las cosas con mayor naturalidad.
- Lástima que ella también crecería y entonces cambiaría – se decía a si mismo muchas veces Eduardo.
Mientras seguía viendo la tele, gimnastas, nadadores, atletas, pesistas desfilaban ante sus ojos y el dejaba volar su imaginación y se sentía uno de ellos.
- ¡Yo también quiero ser un gran atleta! – se decía entusiasta y lleno de optimismo. Pero al instante se desdibujaba la alegría de su rostro al darse cuenta de la realidad, para tornarse en un:
- ¡Diablos! ¡Que estupidez! – a la vez que apagaba torpemente la TV y echándose sobre su cama, se tapó la cara con la almohada, y se puso a rumiar su rabia tanto tiempo contenida.

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